29 de septiembre de 2016

Acceso libre hasta completar el aforo.

Unas luces me desorientan: me dan directamente en la cara. La ovación del público, decenas de personas sentadas ocupando la sala, estalla en mis oídos, me aplauden y gritan mi nombre.
Me tiembla el cuerpo y recuerdo la última vez que estuve aquí arriba. Pero ahora las cosas son diferentes, no hay nadie detrás mío. Estoy yo. Sólo yo (y esas luces tan molestas).
Ya no estás tú. Ya no me controlas, ya no me manipulas, ya no decides qué sale de mi boca, ya no decides a dónde voy, cuál es mi sitio o con quién voy y con quién no. No sujetas mis hilos, tu mano no está hendida en mi espalda. He dejado de sentirme un cacho de madera vestido que empleas como quieres, he dejado de depender de ti.
Soy autosuficiente.
Me cubro los ojos y sonrío al público.
-Hola -saludo.
Mi presentación comienza.
Siento que nunca antes había hablado con toda esta gente sentada que me observa. Casi me duele la boca de lo raro que me resulta comentar cosas. Mi cuerpo baila y se menea solo, desconocía esta soltura porque pensaba que la madera era dura... aunque ahora me he dado cuenta de lo hábil que puedo ser, de que no soy un rígido palo tallado.
Algunas personas de la primera fila me sonríen y suben al escenario conmigo de repente. Improviso nuevos diálogos y juegos que no hacen más que divertirnos a todos.
Inesperadamente, algunos de las filas del medio y de las últimas saltan y corren hacia el escenario. También suben ellos y sigo improvisando; cuando estabas conmigo, no supe que existía la opción de que la gente se acercara a mí. Imaginaba que sólo estaría yo en el escenario, sin más compañía que tú y las luces, y las personas simplemente nos mirarían y hablarían contigo al finalizar la obra para felicitarte por tu talento.
Después de mi espectáculo (que parece que gustó mucho) he recibido invitaciones a eventos, me han llamado para conocer otros escenarios y otras luces cegadoras. Con el tiempo aprendí que a ti también te invitaban a nuevos espectáculos y diversas fiestas. Decidías entonces dejarme en un sillón, cogiendo polvo toda la noche, y volvías a sacarme a la calle cuando querías llevarme contigo a algún lado, como una partícula más de ti.
He aprendido que yo me puedo ocupar de que nada de esto vuelva a pasar.
Suena surrealista que una marioneta, un arlequín como yo, pueda ponerse en pie por sí mismo y dirigir su propio show. Pero así es, mi querido marionetista, mi titiritero.
Se ha acabado tu espectáculo, el escenario ahora es mío. Las luces me enfocan a mí, sólo a mí.

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