20 de febrero de 2015

Versailles.



No entiendo por qué no estoy en Versailles, en el siglo XIX, con un vestido deslumbrante de colores vivos, una máscara preciosa con plumas y diamantes y con mi príncipe agarrándome por la cintura, bailando al son de una música mientras yo le piso los pies porque no sé bailar.
No tiene sentido que esté en una silla ahora mismo, rodeada de libros polvorientos, mirando a través de la ventana viendo cómo se divierten hasta las nubes de tormenta más que yo (¡hasta ellas lloran menos que yo!).
Tengo a mano autobuses, trenes  y metros subterráneos y, sin embargo, parece que me mantengo atada inconscientemente a esta ciudad, a sus parques, a sus calles y a sus cafeterías.

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