-¡Ah! -exclamó Markheim, con extraña curiosidad-. ¿Ha estado usted enamorado? Hábleme de ello.
-Yo -exclamó el anticuario-, ¿enamorado? Nunca he tenido tiempo, ni lo tengo ahora para oír más tonterías. ¿Va usted a llevarse el espejo?
-¿Por qué tanta prisa? -replicó Markheim- Es muy agradable estar aquí hablando; y la vida es tan breve y tan insegura que no quisiera agotar apresuradamente ningún placer; no, ni siquiera uno con tan poca entidad como éste. Es mejor agarrarse, agarrarse a lo poco que esté a nuestro alcance, como un hombre al borde de un precipicio. Cada segundo es un precipicio, si se piensa en ello; un precipicio de una milla de altura; lo bastante alto para destruir, si caemos, hasta nuestra última traza de humanidad. Por eso es mejor que hablemos con calma. Hablemos de nosotros mismos: ¿porqué hemos de llevar esta máscara? Hagámonos confidencias. ¡Quién sabe, hasta es posible que lleguemos a ser amigos!
Markheim, Robert Louis Stevenson, 1885.
3 de septiembre de 2014
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No reconocerse.
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