Estábamos en el trozo de acera limpio en el que siempre nos hemos sentado al salir de clase. No hablábamos, no decíamos nada. Él sólo me miraba y yo miraba la calle y a él a ratos.
-Eres feliz en tu infelicidad. -Rompió el silencio.
-¿Y qué más da?
-Me impresiona.
-Creí que tú no sentías nada.
-¡Oh vamos! -se acercó a mí- Los dos sabemos que tanto tú como yo aparentamos ser fríos pero...
-... no lo somos -completo su frase.
-Exacto. Sabemos lo que es el dolor, la tristeza y la frustración mejor que nadie.
-Pero, ¿qué importa la manera en la que soy feliz? Soy feliz y punto.
-En realidad, sólo importa que seas feliz -se acercó a mis labios-, pero a la sociedad es a quien le importa cómo y por qué eres feliz.
-Para hacerte infeliz.
-Sí.
-Pero tú no eres como la sociedad.
-No. -Y entonces, él me besó.
-Eres feliz en tu infelicidad. -Rompió el silencio.
-¿Y qué más da?
-Me impresiona.
-Creí que tú no sentías nada.
-¡Oh vamos! -se acercó a mí- Los dos sabemos que tanto tú como yo aparentamos ser fríos pero...
-... no lo somos -completo su frase.
-Exacto. Sabemos lo que es el dolor, la tristeza y la frustración mejor que nadie.
-Pero, ¿qué importa la manera en la que soy feliz? Soy feliz y punto.
-En realidad, sólo importa que seas feliz -se acercó a mis labios-, pero a la sociedad es a quien le importa cómo y por qué eres feliz.
-Para hacerte infeliz.
-Sí.
-Pero tú no eres como la sociedad.
-No. -Y entonces, él me besó.
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