8 de abril de 2019

Carmina Santiago

“Una anciana y un anciano de expresión vacía se sientan en silencio y contemplan la vida.”

Yo quise ser cantante de ópera. Y nunca lo fui. Tampoco tengo claro que Luis comprenda la frustración que me llena por no haberlo conseguido.
Quizá por ello no cee de repetirlo. Luis piensa que me he vuelto loca. Y no entiendo por qué, si así piensa, continúa a mi lado. Siempre le escucho decirme “Hablas sola, loca”.
La verdad es que yo no le creo, dudo mucho que sea una demente. Es él quien ha perdido la cabeza.
-Cantar en La Scala… y Giasone
Luis, para variar, fingía no escuchar nada de lo que pronunciaba.
No mediamos palabra en todo el camino aunque no lo necesitaba para saber con certeza lo que rondaba su cabeza: “Carmina, cierra la boca, vieja desequilibrada”.
Eso mismo repetía sin cesar. Y no voy a mentir: me desquiciaba; pero había perdido tanta vida desempeñando trabajos que detestaba que no me quedaba ni una mota de energía siendo tan mayor ya para replicar, quejarme o comentarle algo.
Cincuenta y seis años de matrimonio. Mis padres fueron los primeros en frustrar mi sueño y en vedar mi camino a la verdadera felicidad, rodeada de gente con pasión por la ópera, cantando, triunfando, en grandes teatros, recorriendo el mundo fascinando a aquellos que me escucharan. Luis fue el segundo impedimento. Me obligaron a casarme muy joven, hubo que mantener una casa, un marido y luego criar a niños.
Tampoco pude estudiar. Mi único placer era ir de vez en cuando al teatro del pueblo y acercarme, asomarme al gran abismo que se encontraba entre aquello a lo que podía acceder y el cúlmen de mi existencia.
¡Cuántas tardes, noches y madrugadas no habría llorado yo! Y todo, realmente todo, ocurrió por Luis, ese viejo fanfarrón sentado ahora mismo a mi lado y que me conocía tan bien como un cartógrafo la costa que acababa de recorrer, predispuesto a hacer su fiel mapa, fruto de su exhaustiva investigación.
-Honrar a Händel…
Murmuro para mí, sí. ¿Y qué? Si a alguien le molesta que se aleje y no me escuche. Mira que se lo digo a Luis y nunca me hace caso: se queda frente a mí, junto a mí o cerca de mí, pone mirada vacía y sigue escuchando, pretendiendo hacer oídos sordos.
Nunca he sido cruel ni mezquina con él, no le he culpado del fracaso e inexistencia de lo que podría haber sido mi vida, la potencia de mi realidad (que permaneció potencia y jamás acto): Carmina Santiago, la gran cantante, ofrece hoy su actuación en…
Nunca podré leer grandes carteles con mi nombre. Y nunca se lo he recriminado. A pesar de todo, me permito la duda que me asalta y, cuando pienso en lo culpable que debe sentirse él, no puedo evitar que, efectivamente, Luis será alguien tan miserable como yo. ¡Envejecer, compartir toda una vida, las jornadas y el hogar con alguien a quien has arruinado, a quien has invalidado, frustrado!
-Desgraciados…
Pienso en mis padres, que en paz descansen, y les maldigo con todo mi corazón y con toda mi alma. Ningún derecho tenían de arrebatarme todo lo que iba a venirme: Vivaldi, Haydn, Mozart, Salieri… ¡Devastaron todo atisbo de futuro brillante por venir! ¡Y me encasquetaron al bravucón de mi marido! Ambos compartiendo una vida de erratas y malogros, alimentando la desdicha mutua y enfrascados en el mismo torbellino hasta el momento en el que alguno (o ambos, juntos de nuevo) deje de respirar.
-Carmina, hay que bajarse del autobús ya. Y, ¡por el amor de Dios, hazme un favor y cállate de una vez! No me das ni un respiro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No reconocerse.

-¿Y por qué me estoy mirando? Ni siquiera se trataba de mí. Había una persona al otro lado, con la nariz a escasos centímetros de la mía, ...