Realmente no sabía qué hacía ahí. (Qué hacía ahí ella, no yo.)
Más tarde me confesó que me vio sobre el piano, con un lazo precioso al cuello que ya podían llevar otras personas que no fueran yo y no les quedaría tan bien. Mi pelo estaba enredado en un moño y llevaba un vestido blanco brillante. El lazo que marcaba mi cintura era del color de los girasoles (que siempre consideró feos) con la luz de las seis y media de la mañana de julio.
Ella aún no sabía que esa mañana yo había estado paseando por el jardín. Por algún motivo pensé en que la venganza tal vez no fuera la opción correcta mirando una flor rosa.
Vi unos pequeños destellos de luz entre las hierbas y me acerqué más a ellos. Salió una lagartija naranja con pajarita y me miró atentamente. Por algún motivo eso no me pareció raro.
-¿Qué miras? Tú no deberías estar aquí -me espetó enfadada.
-Perdona, pero estaba dando un paseo, me molestas.
-No te perdono.
Iba a seguir lo que prometía ser una interesante conversación con la lagartija cuando una diminuta mujer salió de entre las flores rosas que me recordaban a la venganza, que no era buena opción.
-Necesitamos cochero -gritaba desesperadamente mirando a la lagartija.
Tardó apenas tres gritos en darse cuenta de que yo estaba allí, me miró con los ojos muy abiertos, se asustó de mí y se fue volando. Sí, "volando" porque volaba con unas alitas que emergían de su espalda.
-Genial, la has espantado -bufó la lagartija y fue tras ella.
Cuando intenté contárselo a mi hermano antes de irme con Alex me tomó por loca.
Cuando se lo conté a Alex, ella sí, ella me creyó.
Más tarde me confesó que, cuando se lo conté después de esa clase de ballet me brillaban los ojos y se enamoró más de mí ese día. Se enamoró más de mí y, cito textualmente, "más si es que se puede". Yo, francamente, creo que le gustó mucho más el lazo de mi cuello y la historia con la lagartija y el hada.
1 de junio de 2017
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No reconocerse.
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